Sólo el cine mudo podía haber creado un retrato tan bizarro pero al mismo tiempo completamente creíble y absorbente de amor imposible como Garras humanas. Si Lon Chaney hubiera sido capaz de expresar sus sentimientos en palabras, o si la extraña fobia de Joan Crawford con respecto a los apéndices masculinos hubiera sido expuesta verbalmente, probablemente Garras humanas se habría echado a perder. Pero en la atmósfera más etérea del cine mudo, tal comportamiento resulta florido parece aceptable, quizás incluso lógico. Chaney nunca estuvo mejor que cuando fue dirigido por Tod Browning, que una vez más dibujó su propio trasfondo carnavalesco para crear un mundo que fascina y repele. Los críticos de la época se sintieron más repelidos que fascinados por esta alucinante historia de un lanzador de cuchillos sin brazos que los lanza con los pies.

Garras humanas fue uno de los primeros papeles destacados de Joan Crawford, aquí todavía una starlette con posibilidades, antes de convertirse en superestrella.